15/03/06

Le-chuzas y arándanos

(Pinkhassov, 1993)
Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (revisited)

Todos los boliches huelen igual. No es un olor a pies. No es un olor a plástico. Es un olor a boliche que al parecer se tiende por sobre todos los lugares dedicados al deporte de los bolos, por lo menos en este continente. No conozco la otra parte del mundo. Pero este lado sí y todo es igual, hay una réplica idéntica del olor en cada boliche; es como decir que frente a cada tiro de bolos que se hace cada segundo, independientemente de que sea bueno o sea malo o de que la bola se vaya por el canal de los extremos, hay diez pinos formados en pirámide que esperan ser batidos. Así, tan sencillo y constante como eso, también está lo del olor. Todos los boliches huelen igual.
No sé si me acuerdo, lo intuyo, o qué, pero lo sé. Igual que me acuerdo, intuyo o sé que hoy me estuvo saliendo sangre de la nariz un buen rato poco antes de llegar al torneo. Lo brutal es que no estoy cierto desde cuál orificio nasal me brotaba el sangrerío. Sé incluso que derramé algo de mi rojez en el mármol del baño y que se veían hermosas las gotas ya aplastadas en la inmensa blancura del piso, como dos arándanos en la nieve. Sé que odio tirar sangre por la nariz. Pero lo del orificio es un misterio. Sé que no me salió de los dos al mismo tiempo. Abarco con mi mente un continente entero, desde Alaska hasta Tierra del Fuego (todos dicen esa frase para decir América, y suena muy pendejo)... pero sé que no puedo afirmar, sin recurrir a un espejo o a mi dedo pequeño, de qué flanco me ha salido sangre hoy. Ahora voy por una chuza.

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