Minority Report

Aunque el recuerdo de Chernobyl deambula por mi agenda, atizado por el Discovery Channel y alguna que otra conversación con el blogger de World Trends sobre el “incidente” radioactivo que tuvo lugar en nuestro país por ahí del 83 en Chihuahua, definitivamente las campañas políticas devoran los accidentes nucleares.

Las encuestas de esta semana y el debate de ayer sepultan toda aspiración real de Madrazo por llegar a la presidencia. En definitiva, lo que queda de hoy hasta los primeros de julio será un duelo de dos.
Me sorprendió Patricia Mercado, pero creo que el registro de su partido todavía se ve complicado. En el dado caso de que los gays, las feministoides, incapacitados, indígenas y otros más grupos vulnerables se pudieran organizar, difícilmente podrían juntar los votos necesarios para que la guapa Mercado logre algo que nadie, desde el 94, ha podido alcanzar: el registro de un partido nuevo en elecciones presidenciales.
Afortunada o desafortunadamente, dependiendo de los afectos de cada uno, ninguno de los grupos minoritarios, diferenciados ni vulnerables en el país tiene conciencia política. Esto imposibilita la formación conjuntos sólidos, bien dirigidos y con credibilidad frente a la opinión pública. La aspersión de los intereses de las minorías en el país es una realidad, pero la factura de esta situación no se le debe de pasar, como se acostumbra, ni al machismo mexicano, ni al conservadurismo católico, ni a la rígida sociedad mexicana, sino a los mismos grupos que no han sabido destilar propuestas valiosas para la vida nacional. Es de esta forma que el único grupo que ha logrado avanzar y permear algunas de sus peticiones hasta la esfera pública mexicana ha sido el de los discapacitados, más o menos representados por el excelso Gilberto Rincón Gallardo, que ha sabido hablar el mismo código de las superestructuras nacionales. Un partido de las minorías en México le queda grande a las propias minorías de nuestro país; totalmente desarticuladas, con tintes comunistas hasta el hueso y más preocupadas por su condición miserable que por futuros más justos. Esto se traduce en que Patricia Mercado sería una buena secretaria de Estado, pero nunca una buena presidenta.